El lado oculto de la reciente y traumática experiencia que vive la República de Honduras aún no ha sido visto de manera objetiva. Se mira mediáticamente una cara del problema pero no la otra. ¿Quiénes y cómo originaron las condiciones de la salida de Manuel Zelaya? En la actualidad ese país centroamericano se encuentra hondamente dividido. Y es que hace tiempo la izquierda en Tegucigalpa y en las principales ciudades hondureñas, cada vez más dependiente de Hugo Chávez, viene jugando a configurar un agitado ambiente en torno a la estructura constitucional y política del país, signado por torvas contradicciones y amenazas.
Esas reformas, lamentablemente nada democráticas, tenían por objeto el perpetuar en el poder a un político –Manuel Zelaya– que ya se había vendido a la corriente “bolivariana” (la mecenas del “socialismo del Siglo XXI”). Frente a ello, haría bien nuestro continente en no quedarse atrapado en ese clisé que repite: “Nada justifica un golpe de Estado”. De acuerdo, pero también hay que avanzar en el debate con sinceridad y sin hipocresías sobre los términos reales y las limitaciones que encierra la democracia. La Organización de Estados Americanos (OEA) –acostumbrada siempre al simplismo teórico– debería aproximarse a una fase más proactiva, no dejando pasar por alto el análisis fáctico de las causas que originaron el desenlace (relativo aún) que ahora el mundo observa en Honduras.
Motivo importante para buscar la reflexión continental es abordar aspectos preventivos de futuros golpes –de derechas e izquierdas–, para que una situación como la que vemos hoy en Honduras no se repita en otra latitud latinoamericana. Con mayor razón, cuando constatamos en América Latina la tendencia de algunos de sus gobernantes –específicamente los ligados al credo chavista– a quebrar la democracia eliminando ese precepto pétreo que es la alternancia en el mando de un Estado. Pero los satélites de Chávez y de los hermanos Castro Ruz de Cuba se resisten a competir limpiamente en las ánforas. Para ello promueven plebiscitos, referéndums (figura dicho sea de paso contraria al marco constitucional hondureño) y reformas electorales estrafalarias dirigidas a reelegirse indefinidamente en el cargo. Recordemos que Zelaya debía dejar la magistratura presidencial en enero de 2010; sin embargo ya se encontraba digitando un plan protervo para eternizarse en el manejo de los destinos de Honduras cuatro años más, a través de anular la competencia electoral. Es decir, quería más poder, pisoteando el apotegma de Lord Acton que dice: “el poder corrompe pero el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Últimamente los atentados contra la democracia latinoamericana provienen de los políticos que –por dinero– se adhieren al “ayatola Chávez”, un mesiánico que juega a ser emperador en Latinoamérica, y quien les señala el fácil camino de recurrir a “consultas populares” –maquilladas de constitucionalidad– para fabricar verdaderas dictaduras socialistas que acaben conculcando los derechos ciudadanos al mejor estilo cubano. Si no, recordemos el sandinismo de los ochenta que acabó envolviendo a Nicaragua en la peor crisis económica en medio de la corrupción. Paradójicamente, uno de los principales responsables de aquel régimen autoritario –Daniel Ortega– retornó al gobierno ayudado por el imperialista petrolero Hugo Chávez. ¿No es acaso el único culpable del drama hondureño, el chavismo enquistado en ese país, gracias a tránsfugas como Zelaya?
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