Hace tiempo que el dirigente del Partido Nacionalista, Ollanta Humala, viene lavándose la cara para presentarse a las elecciones generales del 2011. Pero en Madrid (España) ha llegado al colmo de hacerse un peeling. El encuentro de Humala con el novelista Mario Vargas Llosa nos lleva a comprobar que se ha tomado muy en serio esta aspiración y está decidido inclusive a bajar el tono de sus postulados radicales –y simular un estratégico retroceso sobre sus formas políticas autoritarias– a fin de acabar de triunfador en las ánforas y constituirse –a como dé lugar– en presidente del Perú. Deben quedar plenamente establecidos varios elementos en esta suerte de nuevo estilo del nacionalista, quien por lo visto va por un lado mientras su bancada parlamentaria enrumba por otro, luego de conocerse los coqueteos de ésta con los seguidores del terrorista Víctor Polay, encarnados actualmente en “Patria Libre”, y hasta sirviéndoles de coordinadora para la conferencia de prensa lanzada desde el Congreso de la República para dar loas al gestor del asalto criminal (Néstor Cerpa Cartoloni) a la residencia del embajador del Japón en el Perú. Esta descoordinación “nacionalista” es la mejor prueba de la hipocresía y de la escopeta de dos cañones del humalismo, hechos que deben advertir los incautos a fin de que, al final de la campaña electoral –siempre engañosas–, no acaben apoyando a un chavista disfrazado de demócrata para conducir al país por un camino desastroso ya experimentado.
Pero esta táctica, exteriorizada desde Madrid, se afina justo después de la respuesta institucional hondureña al transfuguismo de Manuel Zelaya –converso de liberal a chavista–. Zelaya es la más reciente demostración de que la antropofagia de Hugo Chávez no tiene límites y que puede captar –obviamente “comprar” con fondos petroleros– a líderes disfrazados de demócratas, inclusive a políticos luego de que éstos juren como presidentes –como notamos en países vecinos y distantes– con la seguridad de hacerlos virar hacia la ruta de su denominado “socialismo del siglo XXI”. Tampoco olvidemos que en el objetivo de capturar el poder, uno de los partners de Chávez, Fidel Castro, hace medio siglo concretó similar maquiavelismo, cuando –por ejemplo– convocó a demócratas latinoamericanos y conformó misiones en países –hasta en el Perú– a fin de pedir ayuda para derrocar al dictador Batista, pero una vez que lo consiguió vendió su revolución al Partido Comunista del Kremlin.
El cambio de estrategia también puede funcionar al revés. Es decir desde la periferia de Venezuela y no sólo desde el centro del chavismo (Palacio de Miraflores). Ocurre cuando los adláteres de Hugo Chávez –Ollanta Humala en el caso peruano– aguzan sus planes mediáticos ya sea comprando o alquilando medios de comunicación, o reuniéndose con connotados intelectuales liberales para “blanquearse” y entonar mejor con el elector promedio, a quien engatusan para captar el voto situado en el centro. Por eso no escatiman ponderar ahora a favor de la inversión privada o del libre mercado, dando así –sin rubor– un giro de 180 grados respecto a sus propuestas y discursos de hace solo meses. En este proceso, a Ollanta Humala no le interesa asumir pequeños costos. Total, sus huestes radicalizadas suman muy poco para ganar una elección. Lo importante para él es llegar al gobierno trampeando al elector de centro. Y una vez consolidado en el mando supremo imponer su ideología original. Entonces el debate no va por el significado de la palabra “nacionalismo” (discusión bizantina) sino por las actitudes de quien lo encarna: arbitrariedad, engaño, estatismo, totalitarismo y mesianismo.
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